JUAN VALERIO OGRIN

15/06/1923 - 19/09/2008
Esta foto corresponde a la tarjeta de invitación a la misa a celebrarse en la localidad de Candelaria con motivo de cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento.

Juan Valerio Ogrín, conocido por todos como "Padre Juan" fue unas de las personas que más marcó los destinos de nuestra localidad. De carácter muy recto, entremezclado con un gran sentido del humor como lo definiera el periodista Ángeles Tahtagian, fue descubriendo y moldeando en nosotros nuestra forma de ser, marcándonos nuestros valores, corrigiendo nuestra forma de hablar.

Se enojaba cuando decíamos: - Padre venía a pedirle .....
- ¿Y a qué viene ahora? -nos respondía-
- A pedirle...
- No, me dijiste "venía" por eso te pregunto a qué venís ahora.

El "Padre" Juan nació el 15 de junio de 1923 en Ljubljana, Eslovenia.
Cuando tenía dos años y su hermano solo dos meses de vida, su padre se fue a Estados Unidos y nunca más lo volvieron a ver.
El joven Juan se enlistó en el ejército anticomunista donde estuvo un año.
Mauricio Gutvay describe una de sus experiencias de vida: "Un día fue atrapado y estuvo preso en un campo de concentración cuatro meses. Una semana estuvo entre los rehenes. Allí, contaba Ogrín, sacaban tres o cuatro prisioneros cada noche para ser fusilados", pero Gracias a Dios, una noche se escapó de los ingleses y se refugió en Austria, donde trabajó dos meses como peón. De allí paso a Italia y en Padua ingresó a un seminario.
Junto a su madre -que sacrificadamente los cuidó- y su hermano Antonio vino a Argentina en 1945 (a los 22 años), y se estableció en San Luis donde terminó sus estudios sacerdotales.
Su ordenación como sacerdote fue en el año 1950 y desde allí fue designado en las parroquias de las localidades de Villa Mercedes, Nueva Galia, Luján, Quines y Candelaria (en estas dos últimas consecutivamente por lo que tenía que recorrer todos los días en bicicleta los veinte kilómetros que las separan por la ruta vieja que era de tierra y con medanales en su trayecto).
Se establece en Quines en el año 1952 donde se propone, además de servir a Dios, trabajar incansablemente en favor de la educación de sus habitantes.
El 23 de abril de 1962 fundó, junto a su hermano, la sección secundaria del colegio "San José" de Quines. El instituto estaba enclavado en lo que hoy es el centro de Quines pero en ese momento era un ranchito. El terreno con esa precaria edificación fue donado por una vecina.
Alumnos de ese entonces recuerdan que el día de la inauguración estaba lloviendo y por el techo se filtraban algunas gotas que caían sobre el libro de actas mientras firmaba la misma monseñor Cafferata, entonces obispo de San Luis.
Desde ese día hasta el año 2001, monseñor Ogrin fué Rector del flamante establecimiento del que hoy disfrutamos y que abarca todos los niveles y es sede de la Universidad Católica de Cuyo y a partir de ese año hasta el 2007 fué el representante legal del Instituto.
Qué alumno no recordará sus clases. Era directo en sus apreciaciones y nunca andaba con rodeos. Gran erudito y estudioso dictó clases de francés, música, filosofía, psicología y plástica. Se interesó en gran medida por los deportes y formó siempre que pudo el coro del colegio. Fue él quien le dio letra y música al Himno del Instituto San Jose K12
Falleció el 19 de septiembre de 2008 en Quines.
El día de su fallecimiento redacto este poema en su honor y pidiéndole a él que me ayude a escribirlo para que sea recordado como a él le guste y créanme que surgió de forma autodidacta.

El 19 de septiembre será recordado desde hoy como fecha conmemorativa en nuestro calendario personal.

Cielo de duelo

Con su sola presencia
o con su solo nombre
respeto imponía
por que con sabiduría
supo regir nuestro pueblo.
Muchas veces renegó
de nuestra cultura tan pasiva
y en sus últimos momentos
escuchó al pueblo movilizado
que de pronto quedó callado
por que un grande partiría.
Cuantos consejos nos dio,
¡cuántas veces nos retó!
Con sapiencia patriarcal
nos trató y nos cuidó.
Solo hoy sabemos
que todo lo hizo para bien
y aunque muchas, muchas veces
dudamos de su proceder
hoy podemos asegurar
que con el ejemplo predicó.
Referente del norte sanluiseño
que alcanzó a ver lo que sembró,
su cosecha fue abundante
y sus silos llenó.
Para nosotros un día triste,
pero tengan la tranquilidad
que para él es un día glorioso
por que en la frente podrá besar
a su tan amada mamá.
Un abrazo les podrá dar
a sus queridos hermanos
y un apretón de manos
a su amigo Benito.
En sus recuerdos visitará
su Yugoslavia de la infancia,
su viaje a la Argentina
y a este pueblito de antaño
que con el paso de los años
su presencia, modificó.
El pueblo se puso gris
como su tan usada sotana
y desde el momento de su partida
muchas horas el cielo lloró,
lágrimas que a nosotros
un poco nos quitó
tan profunda pena
que de este día se adueñó.
La gente que lo acompañe
como sus flores serán
y sus mas cercanos afectos
a su cajón coronarán.
Todo lo tuvo planeado
Dios nuestro Señor
que al ponerle el escapulario
en paz expiró.
Hoy un gran monumento
te hacemos padre Juan
que es como te recordaremos:
con ojos buenos, corazón gigante,
alma de pobre, presencia altiva,
espíritu de superación constante,
portador de luz y mente radiante.
Marcelo García

RECONOCIMIENTOS:
  •  En el año 1991 fue honrado con el título de Prelado de Honor de Su Santidad Juan Pablo II.
  •  En el 2003 fue premiado a nivel nacional por su fecunda labor educativa por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) con el galardón "Divino Maestro". Clides Alvarado dice "Cuando le entregaron el premio pidió hacer un marco para poner los nombres de todos los profesores que habían pasado por la escuela. Porque decía que si la escuela había llegado hasta acá era mérito de cada uno de los que había pasado por la institución. Reconocía que su obra educativa había sido acompañada por otros".


ASÍ LO RECUERDAN:

Clides Alvarado:
"Era un ejemplo. No hay persona del pueblo de Quines que no reconozca sus obras. La educación fue su vida".
"El siempre decía que los carentes no sólo necesitan alimento y vestimenta sino que debían ser incluidos en la sociedad, por eso organizaba fiestas para ellos y toda la comunidad".
Al hablar de su vida dice: "No es fácil sobrellevar muchas circunstancias que le tocaron vivir en un país que no era el suyo y mantenerse con un ideal definido toda su vida. Aún así cantaba el Himno Nacional Argentino con mucha fuerza y sentimiento".

María Luisa Isac de Torres en su poema:
Recordando al Padre Juan

Duerme en silencio el pueblo de Quines.
Acallado el verbo enardecido.
Se apagó la sonrisa afable pero a veces con tintes de dolor.
Doblaron las campanas y su tañido triste anunciaba su partida.
Se fue el Padre Juan dejando en su pueblo su obra, su accionar,
su predica constante plasmada de enseñanza.
Su eco resonará en cada amanecer en el crepúsculo violeta de las tardes quineñas.
Quizás un gemido, una lágrima, su constante traginar desde la iglesia al colegio "su colegio" marcaron sus pasos que quedaron grabados en la senda que feliz recorría constantemente.
Este hermoso paisaje le pertenece.
Pongámosnos la lupa del agradecimiento para admirar y recordar su obra
por que nuestros ojos solo no alcanzarán a contemplar la inmensidad
de su quehacer desinteresado e inmortal.
Padre Juan: Usted abrió el surco, derramó la semilla que otros quisieron recoger los frutos, pero Usted sabía: Los laureles los lleva el triunfador y todo Quines lo sabe.
En el diccionario de la vida hay dos palabras: Ingratitud y gratitud.
La primera es de los necios, la segunda es la que todos pronunciamos
y le recordaremos como el artesano de la cultura de Quines.
Descanse en paz en brazos de su madre.
Se que fueron sus últimas palabras "Madre mía".

Mauricio Gutvay:
"Con su palabra valiente y su ejemplo, con su preocupación y amor por Quines, supo acompañarnos en distintas épocas: algunas más fáciles, otras sumamente difíciles para nuestro pueblo. Desde aquí reconocemos con gratitud a este hombre polifacético que fue el ciudadano, el educador, el interesado por la cultura, el amigo, el sacerdote"
Con respecto a este tema recuerdo que nos daba como ejemplo a los Japoneses. Hasta los barrenderos dejan de trabajar cuando el Himno de su país se esta entonando y los que pasan por la calle en bici o caminando detienen su marcha.

Manuel Ybáñez:
 
Para homenajearlo manda a publicar esta estampa en octubre de 2008

REPORTAJES
Los editores del Periódico "La Pulga", Sres. Roberto del Sel y Mary Lukaszew entrevistaron al Padre Juan y esta salió en el Nº 73 - Año 7 correspondiente a mayo de 2002 en la pág. nº 5

PADRE JUAN OGRIN: UNA VIDA DEDICADA AL PRÓJIMO
El Padre Juan recibió a La Pulga en su despacho de Representante Legal, función que cumple en el Instituto San José desde que se jubiló como profesor y rector.

¿Cómo nació su vocación religiosa? Fue la primera pregunta que quisimos hacerle al Padre Juan Ogrín, quien el mes pasado cumplió 50 años como párroco en la localidad de Quines. Esta pregunta hizo remontar la memoria del sacerdote hacia los años de su juventud y dejó al descubierto las múltiples facetas de su personalidad, las etapas que, deparadas por el destino, se fueron sucediendo en su vida, y nos ha permitido poder saber cómo llegó a San Luis, provincia donde se ordenó como sacerdote y a la localidad de Quines, este pequeño pueblo que lo retuvo para hacerlo parte de su historia.
Padre Juan: -No sé muy bien por qué elegí el sacerdocio. La mía ha sido una vocación rara, mi gusto por la cultura iba en paralelo con mi vocación de ayudar al prójimo. Y aunque siempre pensaba en el modo de llegar a hacerle un bien a la gente y en este sentido, convertirme en sacerdote, me interesaba tanto la cultura, que la idea de entrar al Seminario, prosperó especialmente porque sentí que la carrera sacerdotal iba a permitirme tiempo para dedicar al arte, a la música, al teatro y a todo lo que tuviera que ver con lo cultural. La idea de ser sacerdote había estado siempre en mí, todos los días asistía a misa aunque debía ir en bicicleta porque la iglesia quedaba bastante alejada de mi casa, pero en esta forma rara de sentir otras fuertes inclinaciones a la vez.
Cuando terminé mis estudios secundarios en Eslovenia, empecé en la Universidad a estudiar filosofía. Pronto cambié por teología pero al poco tiempo me pareció que esta ciencia se estudiaría mucho mejor viviendo en el seminario que en mi propia casa, por lo que ingresé al seminario.
Anteriormente me había anotado como voluntario para el ejército anticomunista, más como no me llamaron, ingresé a la Universidad. Al terminar el primer año, los alemanes me obligaron a presentarme en el ejército. Así, el segundo año no pude hacerlo en el Seminario, la guerra no me lo permitió y hacia los finales del conflicto bélico terminé escapándome del campo de concentración donde me encontraba cuando fui entregado a los ingleses. Estuve trabajando en una finca, en Austria y allí pude enterarme que se había abierto el Seminario esloveno en la ciudad de Padua, en Italia. Reunido con mi hermano, cruzamos la frontera y una vez en Padua reingresé al seminario.
Recuperé rindiendo exámenes correspondientes a mi segundo año perdido por la guerra y llegué a 4º año. En esos momentos Italia tenía dificultades para albergar a su población, por lo que hubo presiones para que tanto profesores como seminaristas abandonáramos el país, así como tantos otros excombatientes que habían pertenecido al ejército alemán y que habían recalado en Italia para finalizar la guerra. Se atravesaba por una gran pobreza. Averiguamos entonces adonde podíamos ir y resultó que en Argentina recibían a todo el grupo. Un enviado viajó y se entrevistó con Monseñor Di Pasquo quién ofreció a profesores y alumnos ubicarse en San Luis, y continuar los estudios en la Facultad Teológica Pontificia que se hallaba en donde hoy funciona la Universidad Católica. Allí pudimos ordenarnos, mi hermano un año más tarde que yo, pero él, muy intelectual, quiso también doctorarse. Luego la Facultad dejó de funcionar por falta de seminaristas y la orden se trasladó a Adrogué, Provincia de Buenos Aires.
La Pulga: ¿Y cómo llegó a Quines?
Padre Juan
: Bueno, una vez ordenado sacerdote, fui nombrado Vicario auxiliar en Villa Mercedes por un año y después Vicario Sustituto para la zona de Nueva Galia, Buena Esperanza, Arizona, al sur de la provincia de San Luis. Sucedió que el padre Alberto Salort, que estaba como párroco en Luján, solicitó traslado y la superioridad decidió que yo lo reemplazara. Así fue como llegué a Luján en 1952 y al año llegó mi hermano como ayudante. Entonces nos repartimos la zona: él atendía Luján y Candelaria. Yo, Quines y el campo. Me fui trasladando a Quines hasta llegar a residir en forma permanente. Cuando falleció mi hermano, en 1976, la parroquia se dividió en tres, Luján, Quines y Candelaria. En ese momento, me trasladan y me nombran párroco en Quines, pero ya hacía mucho que yo vivía aquí.
La Pulga: ¿Es difícil ser párroco en esta región?
Padre Juan
: Muchas personas alaban la fundación y mi trabajo en el Instituto Educativo San José. Sin embargo, personalmente prefiero ser sacerdote más que educacionista. La creación del colegio obedeció a la circunstancia de que no había en Quines ninguna oferta de secundario. Apenas 7 ú 8 chicos seguían estudiando después de la primaria fuera de la localidad. Ni en el sur de La Rioja había secundarios.
Aunque he dictado varias materias, fui profesor de religión, de filosofía, de psicología, de plástica, de música, algo de matemáticas, de francés… siempre me interesó más que se aprenda a querer a Dios.
Es cierto que durante mi estadía en la zona, de 2000 comuniones que se daban por año cuando llegué, se ha pasado a 3000 por mes, solamente en Quines. Pero a pesar de eso, en cierto modo, me siento un fracasado: querría tener más gente comprometida con la Iglesia.
Soy consciente que aunque yo diera los mejores sermones, es Dios quien otorga la gracia, pero a pesar de esto me echo la culpa y me digo a mí mismo que tal vez no hice todo lo que debería haber hecho, porque yo creo que Dios me envió para ayudar a la gente a llegar al Cielo y no para hacer una escuela; mi meta principal no ha sido el colegio.
La Pulga: Pasemos al plano económico, ¿Cómo logró hacer todo lo que hizo?
Padre Juan:
Lo que más me complace es que, gracias a Dios, pude hacer la remodelación de la Iglesia. La obra costó $ 165.000 de los cuales, los alemanes donaron $ 21.000, el resto lo brindó el pueblo de Quines.
La gente de Quines se muestra generosa, y es que ve lo que se hace con su limosna.
La Pulga: También tiene detractores…
Padre Juan
: Si, y hay varias causas de las detracciones: una es haber sido rector del colegio, desde esa función tuve que hacer cumplir las exigencias que debe tener un establecimiento educacional. A nadie le gustan las medidas disciplinarias.
La segunda es que a pesar de haber estado 50 años viviendo y ejerciendo como párroco, traté siempre de no comprometerme con nadie. He respetado y hecho respetar a todos las reglas y las normas de la Iglesia, lo que a muchos, tampoco les gusta.
La tercera causa es que muchas veces se me acaba la paciencia en el trato con la gente.
La cuarta causa es la falta de suavidad en los sermones… y también cualquier otra causa.
A pesar de esto, cuando por el contrario, me preguntan con admiración cómo hice para dirigir la parroquia y el colegio a la vez siempre contesto… “muy fácil, ninguna de las dos cosas las hice bien.”
PADRE JUAN ESCRITOR Y MÚSICO
Tres facetas se destacan dentro de las múltiples habilidades del Padre Juan, su afición por los deportes, por la música y por las letras.
Ya de chico desplegó una intensa actividad social, preocupándose por sus semejantes. Editó el diario en su barrio, reclutaba amigos en el bosque para practicar atletismo, participó y formó coros. Estudió violín, tocó en orquestas, ejecutó la viola.
En el seminario desarrolló tareas culturales y también tuvo su coro.
Estando en San Luis, editó una revista mensual para sacerdotes que se realizaba enteramente a máquina de escribir. Su tirada era de 6 ejemplares que una vez leídos debían pasarse a otro. También fue responsable de un semanario del seminario.
SU PADRE NO FUE MILITAR
El Padre Juan Ogrín quiso aclarar por nuestro medio que su padre no fue militar, como se mencionó en alguna publicación de la región. Era ingeniero y arquitecto y la confusión debe haber surgido porque el mismo actuó como piloto reservista en la última guerra mundial, por fuerza de las circunstancias y no por carrera militar. A raíz de esto, su madre cobraba una pensión mensual de Veteranos de Guerra que en su generosidad ofrendaba para el crecimiento del Instituto San José.
Otmar Ogrín, padre de los sacerdotes Ogrín, fue hecho prisionero a los 18 años, durante la primera guerra mundial. Este suceso lo alteró al punto que perdió la Fe en Dios. Cuando su hijo Juan tenía 2 años y Antonio 2 meses, Otmar viajó a Norteamérica con la idea de poder llevar a su familia a dicho país. Durante 10 años les escribió, pero nunca se presentó la oportunidad de reunirse. Después la correspondencia comenzó a espaciarse y Otmar Ogrín se manifestó solamente cuando supo que sus hijos estudiaban para sacerdotes, diciendo que era lo peor que podía pasarles.
Posteriormente su familia supo que falleció a fines de 1956.


CIUDADANO ILUSTRE DE QUINES

El día 15 de junio de 2007, al cumplir los 84 años de edad, el Honorable Concejo Deliberante de Quines lo declara CIUDADANO ILUSTRE. El acto de homenaje se hace dentro de la Iglesia. Los que participaron comentan que fue un acto muy emotivo y él se emociona hasta las lágrimas.

Meses antes de este suceso él deja de ser Representante Legal del Instituto San José por voluntad de Mons. Lona y el Concejo Deliberante manda una carta al Obispo que dice así:

Quines, San Luis, 27 de abril de 2007
Al Excelentísimo Señor Obispo de la Diócesis de San Luis
Monseñor Lona.
De nuestra mayor consideración

El Honorable Concejo Deliberante de Quines, se dirige respetuosamente a Usted, a fin de hacerle saber que la situación de público conocimiento, que hoy atraviesa Monseñor Juan Ogrín a generado dentro de nuestra comunidad sentimientos encontrados, que van desde el malestar a la tristeza, ya que el padre Juan a desempeñado en nuestro pueblo dos misiones por demás importantes, una como jefe espiritual de la grey católica y otra como generador de cultura a través del Instituto San José.
No es intención de los miembros de este Concejo cuestionar las decisiones adoptadas por la máxima autoridad de la Diócesis de nuestra provincia, sino que son más de cincuenta años de vida las que el padre a compartido con distintas generaciones de Quines, por tanto, él es parte de la historia reciente de nuestro pueblo, es por ello que consideramos necesario, no que nos explique la decisión adoptada, pero sí esperamos de Usted las palabras necesarias y oportunas para calmar los ánimos y traer tranquilidad no sólo a los que profesan la fe católica sino a la comunidad toda, permitiendo de esta manera el reconocimiento que por su labor de medio siglo en Quines merece el padre Juan.
Hacemos propicia la oportunidad para ponernos a su entera disposición, sin otro particular saludamos a Ud. con atenta y distinguida consideración.
Firma: Marcelo Edgar de Dio – Presidente Honorable Consejo Deliberante

La respuesta llega el 22 de mayo de 2007 y dice:
Honorable Concejo Deliberante – Municipalidad de Quines
De mi mayor consideración:

He considerado atentamente la nota presentada con motivo del reemplazo de Mons. Juan Ogrín por el Padre Gustavo Méndez, en las funciones de Representante Legal del Colegio San José, de Quines.
Puedo asegurarles que le doy el máximo valor a los servicios brindados por Mons. Ogrín durante tantos años de su vida.
Al considerar la conveniencia de su reemplazo, estuvo muy lejos de mi ánimo el disminuir los méritos de Mons. Ogrín, y por ese motivo, le propuse que él mismo, con entera libertad, me presentara el nombre de su posible sucesor.
Así lo hizo, proponiéndome en primer término al Padre Gustavo Méndez, destacándome sus meritos y capacidad. Ya en anteriores ocasiones, Mons. Ogrín me había solicitado la colaboración del Padre Méndez, con quien siempre lo ha unido una estrecha amistad.
Al designar al Padre Gustavo Méndez como sucesor de Mons. Ogrín, lo hice en la plena convicción de haberlo elegido en acuerdo con él.
Lamento las incomprensiones que pueden haberse suscitado posteriormente, pero he actuado buscando el bien el Colegio San José, que como Obispo Diocesano, está bajo mi responsabilidad.
Sin otro particular los saludo con mi más cordial aprecio.
Firma: Jorge Luis Lona – Obispo de San Luis.

Este suceso llenó de tristeza al Padre Juan y sus últimos momentos los vive dolido porque en el Homenaje que se le hace, él dice a varios de sus allegados “Fui traicionado”. ¿Quién sabe por qué? ¿Quién sabe cómo?; y en este tiempo se vuelve más sensible y seguramente convencido de que pudo haber hecho más por su prójimo.


Tres días después de la declaración escribe una carta de agradecimiento que dice:

Al Señor Presidente del Honorable Concejo Deliberante de Quines D. Marcelo Edgar de Dio – Presente

Con todo mi respeto:
Sorprendido gratamente al enterarme de los propósitos del Concejo a su digna dirección y ante todo que realizaron: reuniones, invitaciones radiales e individuales, diligencias, discursos, la participación en la Misa, colocación de la placa, coronando con un cálido brindis, fruto de los corazones dispuestos y los esfuerzos personales para brindarme un homenaje, no puedo responder nada más que con un agradecimiento cuya sinceridad solamente Dios conoce.
El agradecimiento corresponde a Ud. como el presidente del Concejo, al Vice D. Adrián Quiroga, a la Secretaria Da. Estela Amodey, a los Concejales Da. Noemí Gatica de Oviedo, autora de (“ilustre”) proyecto, D. Aldo Alberto Viale, Da. Liliana Moreno, D. Juan Carlos Brito y D. Ramón Amaya, quienes han contribuido unánimemente a que lo organizado haya resultado con tan brillante éxito.
Si bien considero el homenaje inmerecido porque las obras que llaman la atención siempre son fruto del esfuerzo de mucha gente, los colaboradores, sin cuyo papel efectivo nada se puede realizar, acepto mi partecita como motivador (“el burro adelante…”).
Pero quisiera confesarles que la causa de toda estas consecuencias fue firme propósito de mi hermano P. Antonio y el mío de darle el impulso a la vida religiosa del pueblo. Pensábamos: ¿qué mejor que empezar con la juventud? Si la idea influyó positivamente en la gente cristiana de nuestro medio solamente Dios sabe. Pero algo podríamos deducir del medio millón de pesos que el pueblo sacrificó para edificar la nueva iglesia (único caso en la provincia): con la indiferencia religiosa sería imposible.
De cualquier manera la presente es para agradecer de todo el corazón a la buena voluntad del Concejo y su desinteresada iniciativa. Aprovecho la oportunidad para manifestarles mi amistad y afectuoso saludo en Cto.

Quines SL 18 de junio de 2007
Muy atte. PBRO. JUAN OGRIN

FOTOS:
He aquí alguna fotos del padre Juan.
Seguro en la casa de cada uno de nosotros hay una o varias en las que él aparece pero estas tienen un sentido histórico y las rescato ya que son muy significativas. Por ejemplo la que está a continuación es seguramente para la inauguración del nuevo formato de la Plaza Lafinur luego de haber sacado los eucaliptus. Aparece él con su hermano Antonio.
De fondo se puede observar el Arco de ingreso al Club Unión Quinense y las casas de la esquina de la misma entidad que también fueran las aulas de la Escuela Nº 49.

Aquí esta celebrando una de las primeras misas en nuestra zona.


A continuación los dejo con un trabajo excepcional del profesor Manuel Ybáñez en homenaje al Padre Juan.

Monseñor

JUAN VALERIO OGRIN
1923 – 2008

 

Primera Biografía Fotográfica de

un Hombre Extraordinario

Noviembre de 2009


PRESENTACIÓN
Se fue para siempre dos días antes de la llegada de la primavera, quizá porque su destino era sacrificarse en todo. Para un hombre como él, que disfrutaba como nadie la naturaleza en cuanto creación divina, irse junto con el invierno fue tal vez el corolario de toda una vida signada por el esfuerzo y la polémica.
Juan Valerio Ogrín fue, a lo largo de sus 85 años de vida, el último de los caballeros andantes. Tenía una conmovedora convicción que la condición humana era perfectible solo por el camino de la fe cristiana, y puso al servicio de ese convencimiento un temperamento implacable y una conducta espartana.
En las diferentes etapas de su vida, Juan Ogrin tuvo amigos y allegados, pero pocas personas pueden jactarse de haberlo conocido en profundidad. Marcado por la guerra, el destierro y el dolor, Juan desarrolló un estilo de vida basado en el control de la información respecto de si mismo. Podía ser extraordinariamente abierto y locuaz respecto de los sucesos más felices de su vida, pero mantenía un silencio obsesivo respecto de algunos hechos que lo marcaron profundamente. Ese es el primer gran obstáculo con el que se encuentra todo aquel que quiere escribir una biografía integral, en el sentido que a este término le dan los historiadores.
Con la perspectiva que da el tiempo, surge que Juan Valerio Ogrin tenía razón en varias de sus posturas respecto a los hechos de su pasado. Lo importante era mirar para adelante, porque desenredar el pasado doloroso era una tarea fútil. Pero en esta premisa estaba también la base de un dolor que laceró su alma durante toda su vida, y que recién al final de ella afloró con toda su intensidad. Como ser humano correcto y honesto, Juan merecía ser tratado con justicia, merecía saber la verdad respecto de la intempestiva huida de su padre de la Eslovenia de posguerra y merecía ser un niño contenido por su padre. Porque, a pesar del discurso que estructuró durante su vida adulta y pastoral, Juan Ogrin amaba a su padre y sufría por su injusto rechazo.
Juan Valerio Ogrin fue un hombre extraordinario, un gran luchador, un hombre convencido que el destino de la Humanidad estaba ligado a la fe. Tenía una fuerza de voluntad impresionante, una tenacidad increíble y una conmovedora fidelidad a los principios de la fe católica. Pero también fue un hombre polémico, que participaba en controversias o bien las provocaba con su singular estilo confrontativo. Para él, las debilidades humanas debían ser erradicadas únicamente con el auxilio de la voluntad divina canalizada a través de la religión católica. No tomaba con naturalidad el disenso constructivo, y tenía dificultades estructurales para aceptar la diversidad como una de las características fundamentales del mundo de hoy.
Sin embargo, según el enfoque que se adopte, estas manifestaciones de la conducta pública de Juan Valerio Ogrín son el resultado de una concepción de la vida y de la existencia humana basadas en la verticalidad de lo trascendente. La vida por sí sola carecía de sentido si no se la ponía al servicio de un ideal. Se esté o no de acuerdo con esta idea, nadie puede negar que él siempre dio el ejemplo al respecto, practicando con absoluta convicción aquello que predicaba con la palabra.
Esa fue, con toda justicia, su mayor fortaleza y su mayor virtud.
Todos sabemos quién fue Juan Ogrin, pero ¿sabemos quién era Juan Ogrin? ¿Cómo lo recordamos, desde nuestra propia experiencia, a poco más de un año de su muerte? Estas preguntas puntuales necesariamente se transforman en preguntas retóricas ante la realidad más contundente que nos toca ver: el Instituto “San José” de Quines, el “Colegio” a secas como los quinenses lo identifican y valoran.
Esa gran obra es la gran legitimadora de la existencia física de Juan Ogrín y el poderoso factor que termina licuando cualquier intento de desacreditar su figura, poniendo en segundo plano o relativizando sus errores cometidos. Al contrario de lo que establece el imaginario popular, no es del todo exacto decir que el Colegio San José es obra de Juan Ogrín.
Muy por el contrario, ya que Juan Ogrín ES el Colegio San José.
No sólo se necesitan buenos ideales para dejar un legado tan perdurable, también se necesita mucha capacidad y talento. Juan Ogrín fue un hombre talentoso, muy capaz; con un sentido del tiempo y la planificación que, unidas a su fe cristiana, le permitieron obrar prodigios. Era un brillante administrador y un constante generador de nuevos proyectos; era un emprendedor, en el sentido que los americanos le dan a esta expresión. Para la mentalidad general de los quinenses era motivo de asombro su gran capacidad de organización y liderazgo. Era un líder natural, y en el ejercicio de este rol podía ser autoritario y paternalista, pero era indudable que su energía constituía la mayor garantía para el éxito de un proyecto. Cuando todos decaían en los esfuerzos, él tenía la más emocionante fe de que todo era posible y persistía en su objetivo hasta lograrlo. Tenía una fe increíblemente sólida, unida al convencimiento que Dios lo amparaba, pero también tenía mesura y templanza. Era consciente que la factibilidad de los proyectos dependía de una economía bien administrada, por eso merece ser considerado el mejor administrador público que tuvo Quines a lo largo de toda su historia; un mérito bien ganado que los quinenses aún no justipreciaron en toda su magnitud insoslayable.
Estas palabras van a formar parte de un proyecto que esta en marcha: la edición de una biografía completa de Juan Valerio Ogrín. Este proyecto se originó en 1996, pero comenzó a tomar forma en 2007, con sendas entrevistas a este hombre de fe en su despacho parroquial. En marzo de 2008, decidió entregarme la totalidad de su archivo fotográfico significativo con un mandato específico: que sean en el futuro Patrimonio del Pueblo de Quines. En agosto del mismo año, durante su última convalescencia en lo que terminó siendo su lecho de muerte, me entregó otras imágenes que completaron la primera remesa.
Por expreso pedido suyo, todo proyecto biográfico debía esperar a su partida física para concretarse. Pero poco antes del fin, cuando ya estaba convencido que su enfermedad empeoraba, pareció tímidamente interesado en conocer más detalles de la que sería su biografía. Incluso se mostró complacido que yo, por mis trabajos de investigación respecto de la historia de Quines, fuese quien la escribiera.
Yo no merecí nunca ser amigo de Juan Valerio Ogrín, pero fue mi gran amigo durante 25 años. Nunca tuve ni tendré su capacidad, fortaleza y talento. No sólo soy la persona menos indicada para escribir su biografía, sino que además soy el hombre menos apropiado para valorar su mayor legado, su suprema capacidad: liderar un proyecto y canalizar los esfuerzos para verlo transformado en un éxito.
¿Seré capaz de llevar a cabo un proyecto de tal envergadura? Es fácil hablar de proyectos e iniciativas, pero cuán difícil es persistir a pesar de todo y luchar para que los sueños no caigan en el olvido. La edición de esta biografía acaba de chocar con su primer gran obstáculo: los importantes costos que las editoriales establecen para una edición en soporte papel. Es entonces cuando todo lo escrito, todo lo analizado y todo lo diseñado terminan comparándose con la magnitud del personaje histórico que motiva estas líneas. Sí, no tengo dudas que en mi lugar Juan Ogrín ya habría resuelto cuestiones prácticas y la edición papel estaría en todos los hogares.
He aquí el propósito de esta iniciativa, que he resuelto llamar: “Juan Valerio Ogrín, primera biografía de un hombre extraordinario”. Son ciento veinte fotografías seleccionadas de su archivo fotográfico, junto con archivos de texto que contienen los epígrafes necesarios para comprender las imágenes.
Con los fondos recaudados de la venta de esta biografía digitalizada, se destinará una parte para la Parroquia San José y la otra para financiar la ansiada edición en soporte papel. Porque Juan Valerio Ogrín amaba los libros, valoraba las bibliotecas y merece ser el protagonista de un libro editado en su memoria.
Ese es el tributo que se ganó este patriota extraordinario.
Prof. Manuel Ybáñez
San Luis, noviembre de 2009


SU INFANCIA

En esta casa grande y espaciosa nació Juan Valerio Ogrin un 15 de junio de 1923. Estaba ubicada en las cercanías de Ljubljana, capital de Eslovenia.

Esta es la primera imagen conocida de los hermanos Juan y Antonio Ogrin. A la izquierda de la imagen, una dama no identificada (el propio Juan Ogrin no pudo precisar quién era) sostiene en su regazo al bebe Tone (Antonio) Ogrin. A la derecha, la señora Marija Rus Ogrin, de 22 años de edad, sostiene en su regazo a su primogénito Janez (Juan) Ogrin. En medio, un caballero no identificado está bien vestido y acicalado. Año 1925.

Una foto de estudio tomada en el mismo año 1925. María Rus Ogrin sostiene a su hijo Antonio, mientras recibe el tierno abrazo de su hijo Juan. En sus primeros años de vida, Juan ostentaba el cabello un tanto largo y lleno de bucles.

En otra foto muy elaborada, los hermanos Ogrin posan junto a su madre y otro niño no identificado. Vestido de marinero, Juan ya presenta la que sería su pose característica: mano al costado, con la palma ligeramente hacia atrás, actitud seria y circunspecta, mirada grave y concentrada que acentuaba sus rasgos eslavos. Aproximadamente año 1926.

 En esta tierna imagen, Antonio se deja llevar en triciclo por Juan. Los dos llevan sus cabelleras un tanto largas que les dan aire de ángeles.

Ante la mirada atenta de su madre María, Juan (que amaba a su hermano) abraza a su hermano Antonio mientras miran sorprendidos hacia lo alto.

En esta foto de estudio Juan abraza en forma protectora a su hermano Antonio, una actitud que mantuvo durante toda su vida. Aproximadamente año 1927.

 Esta foto es muy curiosa, ya que los hermanos Ogrin aparecen montados sobre sendos burros de carga. Entre divertidos y tensos en esta escena, es la única de estas características tomada durante la niñez.

Juan y Antonio posan flanqueando a un tío de la rama Ogrin, quien sostiene en sus manos un espejo donde se ven reflejadas las demás personas que participan de la escena. Es de destacar que los dos perros que aparecen en primer plano miran hacia arriba y hacen caso omiso del espejo.

Juan y Antonio, ya usando el cabello corto, posan en esta fotografía ataviados con los trajes típicos eslovenos con los cuales participaban de diferentes actos, desfiles y procesiones por las calles de Ljubljana.

Usando los mismos trajes oscuros de marinero, y adoptando el mismo gesto de apoyar las manos sobre las rodillas, los tranquilos hermanos Ogrin miran ufanos a la cámara que los retrata.

Junto a lo que parece ser un estanque de agua, se nota el esfuerzo de Antonio para alcanzar un objeto que Juan trata de dejar fuera de su alcance. Llevan camisas blancas y unos ornatos parecidos a grandes moños pendiendo del cuello.

 Hacia la izquierda de la imagen, y sin poder precisar en qué lugar están ubicados, los hermanos Ogrin participan de una procesión por las calles de Ljubljana. Están vestidos, al igual que su madre María, con trajes típicos eslovenos.

En la terraza de su casa eslovena, y sin mucho abrigo pese al paisaje nevado, Antonio y Juan posan con actitud serena y confiada.

Ya casi adolescentes, los hermanos Ogrin ya lucen sus pantalones largos, todo un ritual para los varones de aquella época. Con el fondo de un bello paisaje nevado, Antonio mira hacia la cámara al lado de su abuela Ursula Bedencic (de negro), su madre María Rus (de sombrero) y un caballero no identificado. Juan, en cambio, está más entretenido en observar y tocar el volante del automóvil, toda una novedad para él.

Adolescentes, habiendo crecido amparados por su madre y con la ausencia del padre, Juan y Antonio posan para la cámara en el despacho de un párroco que oficiaba de padre espiritual. Obsérvese lo serio y adusto de las ropas que usaban, en especial los zapatos de Antonio, muy serios para ser usados por un adolescente. Este párroco ejerció una gran influencia sobre Juan, al punto que adopto (por imitación subconsciente) los usos, costumbres e incluso el mismo tipo de mobiliario en su propio despacho parroquial; armando las bibliotecas a imagen y semejanza.

Los hermanos Ogrin participan de otra procesión por las calles de su ciudad natal. Tenían, junto con su madre, una muy activa participación en la vida de su parroquia.

Juan Ogrin posa en estudio junto con su padrino (no identificado), luego de recibir la confirmación en su parroquia de Ljubljana.


El día de su primera comunión, Juan Valerio Ogrin posó en esta foto junto con todos sus compañeros, párrocos y hermanas. Parado muy firme y serio en el extremo derecho de la imagen, da la nota por ser el único niño vestido con traje y zapatos blancos, diferenciándose del conjunto de marinero que usa la mayoría.

Con el fondo de un hermoso paisaje alpino, Juan posa con sus compañeros, maestros e instructores durante una excursión. Se encuentra sentado (es el sexto niño desde la izquierda). Una vez que crecieron, la Segunda Guerra Mundial los colocó en bandos diferentes.

Un Juan Ogrin adolescente posa junto a un lago alpino, en alguna región montañosa de Eslovenia. Disfrutaba mucho de la naturaleza, y gustaba de practicar deportes que lo pusieran en contacto con tan bucólico paisaje.

En una imagen más relajada y distendida, María Rus se fotografía con sus hijos Juan (más crecido) y Antonio. Luego que el padre de sus hijos abandonó repentinamente Eslovenia en 1925, María amparó a sus hijos y les dio toda su contención. Formaron los tres una conmovedora unión familiar que luego los reunió en América.


En esta divertida pose, Juan Valerio hace alarde de sus condiciones de leñador, en un sector de la propiedad de la familia Rus en Ljubljana. Yo conocí la existencia de esta foto en 1983, durante una conversación con la señora María Rus en la parroquia San José, pero en esa ocasión no la vi. Tuve que esperar veinticinco años para verla, ya que a principios de 2008 relaté este detalle a Monseñor Ogrin y él accedió gustoso no sólo a permitirme ver la imagen, sino también a custodiarla.

Muy elegantes y atildados, los hermanos Ogrin (con las manos en los bolsillos) posan junto a una elegante y adusta María Ogrin. A pesar de todos sus esfuerzos por dar cariño y contención a sus hijos, Antonio sentía tristeza por la ausencia de su padre; lo cual explica su creciente dificultad para aparecer en las fotos con expresión alegre.


Juan Valerio Ogrin, futuro sacerdote de la Iglesia Católica, posa en esta foto de estudio el día de su Primera Comunión. Año 1930.

Los hermanos Ogrin, alejados de la cámara que los registraba, caminan entre los altos pinos que rodeaban la propiedad de su familia, después de una copiosa nevada. Juan Ogrin gustaba mucho de los pinos y su mayor deseo era plantar la mayor cantidad posible. Sin embargo, ese gusto personal chocó de inmediato con la mentalidad quinense, muy reticente a la idea de los pinos desde que alguien tuvo la poco feliz idea de forestar exclusivamente con pinos los senderos centrales del nuevo Cementerio de Quines, creado en 1951.


En la pronunciada ladera de una montaña, junto a un árbol en flor, un confiado Antonio Ogrin (con su mano izquierda apoyada en su cintura) le ofrece su apoyo a su hermano Juan. Ambos llevan, como en otras ocasiones, similares atuendos.

SUS PADRES


 En el centro de esta elaborada imagen familiar se destaca el señor Ivan Ogrin, sentado con un inequívoco gesto de suficiencia y autoridad. Detrás suyo, su señora María Levar apoya levemente su mano izquierda sobre el hombro de su marido. En contraste con este gesto, los demás aparecen en actitud más sumisa, incluso el impetuoso Ottmar Valerio (recién regresado de la Primera Guerra Mundial). Todos llevan ropas oscuras y muy adustas, lo cual era normal en esa época ante la tremenda destrucción que la guerra dejó como principal secuela en las tierras y en los corazones europeos. De pie, hacia la izquierda, María Rus se inclina levemente hacia su amado Ottmar Valerio, orgullosa de haber sido presentada a la familia de su futuro esposo. La diferencia de tonalidades indica que el fondo es una escenografía pintada muy solicitada para fotos familiares. Año 1921.

Esta fotografía fue tomada en un estudio de la ciudad italiana de Pescara en el año 1919. Ottmar Valerio Ogrin estaba en calidad de prisionero de guerra de los italianos, y en tal condición (por la Convención de Ginebra de 1869) se le permitía usar su rango alcanzado y su uniforme reglamentario, pero no sus medallas. En la imagen lleva el uniforme de uso diario del ejército del Imperio Austro Húngaro, desintegrado luego del conflicto. El hecho que no lleva botas altas y el uso de polainas, sumado al quepis que lleva en la mano, indica a las claras que era un soldado de infantería. Desde 1916, en que la Primera Guerra derivó en la batalla de trincheras, los ejércitos beligerantes adoptaron uniformes menos llamativos. Esta foto estaba dedicada a su prometida María (se desconoce en qué año y en qué circunstancias se conocieron) para darle la tranquilidad que no estaba herido ni mutilado, una costumbre común entre los soldados desmovilizados.

Siendo apenas un adolescente de quince años de edad, Ottmar Valerio Ogrin fue movilizado por el ejercito austro húngaro. En esta foto de estudio surge a simple vista que carecía de instrucción militar elemental, lo cual explica lo desaliñado de su uniforme, sus bolsillos de pechera abiertos y la hebilla del cinturón muy corrida hacia la derecha de su abdomen. Parece llevar en su pecho, ante la carencia de mayores distintivos, una especie de medalla o reloj. Su quepis no indica a qué unidad pertenece. Año 1914.

Ottmar Ogrin tuvo un brillante desempeño en la Primera Guerra Mundial, lo que queda demostrado al observar esta imagen. Ocupa el lugar central en este grupo de ocho hombres. En su pecho lleva ya dos condecoraciones y en su cuello del uniforme ostenta la graduación de capitán del ejército austro húngaro. La alta mortandad de soldados y oficiales durante esa cruenta guerra abrió la posibilidad de ascensos rápidos para los soldados rasos, lo cual explica que Ottmar haya obtenido esa graduación antes de cumplir los veinte años de edad. El 12 de abril de 2008, durante una extensa entrevista personal, Monseñor Ogrin se emocionó al conocer estos detalles acerca de la carrera militar de su padre. Aproximadamente año 1918, al finalizar la Primera Guerra Mundial. Lo espartano del lugar no fue obstáculo para tomar esta imagen, donde sólo los capitanes ocupan el banco de madera. Aparecen limpios, atildados y bien fornidos teniendo en cuenta las restricciones alimentarias de la época. Hay que tener en cuenta que el llamado “Kriegsbrot” (pan de guerra) estaba elaborado con harina mezclada con 35% de fécula de papas. La ración semanal era de 1,700 kg mas 280 gramos de carne y 90 gramos de manteca. En 1918, por las malas cosechas, la ración diaria paso de 220 gramos de harina a 116, a 18 gramos de carne y 7 de manteca (Grimberg, 1926). Además, como las regiones montañosas e industriales de Austria Hungría fueron víctimas del hambre, se impusieron al ejército los “Fleichlose Tage” (días sin carne) cada vez con mayor frecuencia.

En 1920, con apenas 22 años de edad, un elegante Ottmar Valerio Ogrin mira hacia la cámara con actitud desafiante. La guerra lo había marcado muy fuertemente, y la angustia de posguerra marco a su familia y a sus hijos. Esta foto, que es un verdadero tesoro histórico del Pueblo de Quines, lleva su firma original.

Ottmar Valerio Ogrin y María Rus se casaron en Ljubljana, Eslovenia, en el año 1922. En esta imagen de estudio la flamante esposa mira hacia la cámara con expresión arrobada, mientras Ottmar muestra un gesto comparativamente más distendido.

Ottmar Ogrin (derecha) posa su mano sobre el hombro de un camarada que tuvo la idea de posar montado sobre un caballito para niños. Esta imagen data probablemente del año 1917, ya que Ottmar aún ostenta los galones de teniente en su cuello. La evidencia histórica muestra que Ottmar participó íntegramente de la guerra en el frente italiano, jalonada por cerca de cuarenta batallas. Este frente, sobre terrenos escarpados y con movimientos táctico estratégicos propios de la guerra de posiciones, tuvo su punto culminante en la batalla de Vittorio Veneto en noviembre de 1918. Derrotados los austro húngaros en la zona del Piave, Ottmar fue confinado en Pescara como prisionero de guerra y liberado luego de la firma del Tratado de Versalles en 1919.

Ottmar Valerio Ogrin (1898 – 1957) fue retratado con mayor frecuencia hacia el final de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918). Hacia el principio del conflicto las imágenes son más bien escasas. En esta imagen sólo tres oficiales ocupan el lugar central en el grupo de 37 hombres que posan, uno de ellos es Ottmar. El oficial a su lado, comandante del grupo, posee una graduación mayor pero la ausencia de distintivos demuestra que no era oficial de Estado Mayor; en tanto que la palidez blanca de su rostro (los demás tienen la piel bronceada) muestra que era quizá su primer mando en campaña terrestre. Una fotografía así, con gestos tan distendidos (algunos hasta llevan cigarrillos, un artículo de lujo en esas circunstancias) sólo fue posible tomarla en un puesto de retaguardia, mientras aguardaban su siguiente turno de operaciones.

Esta foto fue tomada muy probablemente en 1916. Para entonces, Ottmar Ogrin tenía ya su condición de oficial (está sentado en un banco, cuarto desde la izquierda, con gorro de piel sin visera) pero sólo ostenta una medalla. El grupo lleva uniformes de invierno, y el equipo propio de la infantería ligera, con armamento de fusilería y correajes de municiones ad hoc). Las botas, como ya se apuntó, no son de caballería, sino las de caña corta con polainas.

De regreso en Ljubljana y a la vida civil, Ottmar participaba en reuniones diversas como ésta, donde aparece de pie (cuarto desde la izquierda) con expresión grave.

María Rus (1903 – 1986), se radicó definitivamente en la Argentina después de jubilarse en la entonces Yugoslavia como empleada de oficina en 1960. Afable y beatifica, siempre tuvo en su vida una piedad cristiana. Adoptó este estilo de vestimenta para acentuar su imagen de anciana piadosa. En 1983, después de una fractura de cadera, quedó con serias limitaciones de movimientos. Su salud se fue deteriorando progresivamente hasta que falleció el 28 de enero de 1986 en la ciudad de San Luis.

Esta es la última imagen que se conoce de Ottmar Valerio Ogrin. Abandonó la familia en 1925 en forma inesperada, y después de un breve periplo se estableció en los Estados Unidos. Como emigrado, participó en la Segunda Guerra Mundial como piloto de transporte de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF). Tenía para entonces 44 años de edad. Falleció en la ciudad de Cleveland (Ohio), en 1957.

Nuevamente, un sonriente Ottmar Ogrin se encuentra en medio de un grupo de soldados en el final de la guerra. En la realidad concreta, las penurias y sacrificios crearon fuertes lazos con los compañeros de lucha, con quienes compartían el dolor. La conciencia de que la guerra se estaba perdiendo, el irracional pero entendible beneplácito de seguir con vida, de haber sobrevivido a tan horrible experiencia, generó en los soldados la necesidad de plasmar en documentos fotográficos las imágenes de quienes, una vez desmovilizados, quizá nunca se los volvería a ver. Otra de las motivaciones tiene que ver con la lógica de los combatientes del siglo XX. A diferencia de los soldados napoleónicos o los expedicionarios británicos de la era victoriana, muchos soldados que eran formalmente súbditos del emperador Francisco José lo percibían a éste como un ente distante y frio.

Esta imagen de Ottmar Ogrin fue obtenida en los Estados Unidos en una fecha no precisada. Monseñor Juan Ogrin nunca precisó de qué manera esta imagen llegó a él.

Como prisionero de guerra de los italianos, Ottmar posa con otros camaradas (está parado hacia la derecha). Con las manos atrás en posición marcial, muestra una actitud firme y desafiante. Era dueño de una valentía excepcional, cualidad heredada por sus hijos.

Una de las últimas imágenes registradas de la señora María Rus. Yo la conocí personalmente en 1981, pero fue entre 1983 y 1985 que tuvimos un diálogo más franco y abierto. Ella me facilitó, bajo estricta promesa de confidencialidad, numerosos datos respecto de la historia de su familia. Luego de su muerte, el propio Juan Ogrin eligió esta imagen para graficar la tarjeta recordatoria que emitió en su memoria.


SU FAMILIA

El señor Roman Rus fue hermano de María Rus y, por ende, tío de Monseñor Juan Ogrin. Cuando emigró de Eslovenia, huyendo de la persecución comunista, se estableció en Roma (Italia). Allí trabajó como locutor profesional en Radio Vaticano, y llegó a ser amigo personal del Papa Pablo VI (1963 – 1978).

En 1987 Juan Ogrin hizo su último viaje a Europa, donde vio por última vez a su tío Roman. En la imagen, los tíos y su prima hermana lo acompañan.

En esta simpática imagen familiar, los jóvenes Juan y Antonio acompañan a gran parte de la familia Ogrin. Sentados están la señora María Levar y el señor Ivan Ogrin (de anteojos), abuelos de los futuros sacerdotes. Con el correr de los años, se ahondaron las diferencias entre las dos familias, y tanto Juan como su hermano se sintieron siempre mas cercanos a la familia Rus, de profunda raigambre religiosa.


La señora Ursula Bedencic fue la abuela materna de Juan Ogrin. Nunca salió de Eslovenia, y fue acompañada hasta su muerte por su hija María. En este detalle resaltan sus rasgos eslavos y el ascetismo de su mirada.


En la imagen ampliada, aparece la señora Ursula acompañada por una María Rus de edad madura.

Esta imagen fue tomada en 1926, donde aparecen el señor Ivan Ogrin con dos de sus hijas. El abuelo Ogrin no fue muy cercano a sus nietos en el afecto, de acuerdo al relato de Monseñor Juan Ogrin.

Fotografía autografiada de una de las tías paternas de Monseñor Ogrin.

Un poco desconcertado, Juan Ogrin aparece en esta imagen con sus tíos de la familia Ogrin. Está flanqueado por su madre María y su abuela María Levar.

Una joven y sonriente María Rus aparece parada detrás de sus futuros cuñados, en la época en que se formalizó el compromiso. Aproximadamente año 1921.

Esta imagen correspondería a quien fue tía abuela de Monseñor Ogrin por parte materna, la cual aun no ha podido ser identificada.

El señor Josip Rus fue el padre de María y abuelo de los hermanos Juan y Antonio Ogrin. Era esloveno de cuarta generación.


LOS HERMANOS OGRIN


Una típica imagen de los hermanos Ogrin ya convertidos en hombres endurecidos por la guerra. Esta foto fue tomada durante su exilio en Padua (Italia) antes de venir a nuestro país.

Ya en San Luis, acompañados de otros emigrados europeos, los seminaristas posan en esta imagen colectiva. Juan Ogrin aparece arriba, segundo desde la izquierda.

Los hermanos Ogrin posan en esta imagen con dos de los responsables de su formación pastoral. Año 1950.

En vísperas de su ordenación sacerdotal, los hermanos Ogrin escuchan atentamente durante uno de los momentos de la ceremonia. Llevan los ornamentos sacerdotales propios de la época anterior al Concilio Vaticano II.

La primera etapa de su formación sacerdotal tuvo lugar en Italia, más precisamente en la ciudad de Padua. En cercanías de esta ciudad se obtuvo esta imagen.

Juan Ogrin hacía un verdadero culto de la amistad. Era muy noble y fiel con sus amigos, y nunca olvidó a aquellos que lo acompañaron en alguna etapa de su vida. Ese es el caso del amigo esloveno que aparece en medio de los hermanos sacerdotes, no identificado, que luego emigró hacia Canadá y desde allí mantuvo nutrida correspondencia con Juan.

Los hermanos Ogrin, vistiendo sotanas negras, sonríen ante la cámara en un puerto no precisado, probablemente en Italia.

Con un insólito y pintoresco gorro con antiparras, Juan llega a visitar a su hermano Antonio (párroco en la Iglesia Nuestra Señora de Luján) manejando un jeep.

En esta foto aparecen dos compañeros de escalada. Una de las montañas más escaladas de Eslovenia era precisamente esta, de mediana altura (los alpinistas no necesitaban equipo especial). La caseta cilíndrica con techo cónico hacia las veces de hito para marcar la altura máxima. En sus paredes exteriores, los escaladores escribían o grababan sus nombres. Cuando Juan y Antonio llegaron a esa cumbre, descubrieron con sorpresa el nombre de su padre Ottmar grabado allí. Así supieron que su padre había escalado esa misma montaña en sus años de juventud.

Los hermanos Ogrin, en su exilio italiano, junto a un colega y amigo.

En el año 79 a C, el volcán Etna hizo erupción y sepultó bajo un mar de lava a las ciudades romanas de Pompeya, Herculano y Stabia. En 1947, los hermanos Ogrin visitaron las ruinas de Pompeya. Antonio observa con atención los detalles de los pisos.

La misma montaña, sólo que esta vez está totalmente cubierta de nieve. El escalador no identificado formaba parte del equipo de escalada de Juan Ogrin.

Metódico y organizado, Juan Valerio Ogrin disfrutaba enormemente de los momentos como éste, donde con su hermano y sus amigos hacían una pausa en sus actividades para dar un paseo al aire libre.

Los hermanos Ogrin aparecen en esta foto con el bello paisaje lujanense como fondo.

En su pre adolescencia, los hermanos Ogrin (aún de pantalones cortos) caminan junto a su madre María y su abuela Ursula por una calle de Ljubljana.

El presbítero Ramón Rezzano fue durante muchos años párroco de la iglesia de San Roque en la ciudad de San Luis. Habìa sido compañero de seminario y entrañable amigo de los hermanos Ogrin. En esta foto posa al volante del jeep Willys que tenia Juan Ogrin. La escena fue captada en la calle sur de la plaza Mitre de Lujan, junto a la entrada de la parroquia.

Visiblemente extenuados después de una larga caminata por las calles de Ljubljana, los hermanos Ogrin descansan brevemente bajo una sombra acompañados de su madre María, su abuela Ursula y un familiar no identificado. En una entrevista personal, Monseñor Ogrin precisó que minutos antes de la foto Antonio había recibido una reprimenda por parte de su madre; de allí su cara de contrariedad y su negativa a mirar hacia el lente.

Durante el transcurso del mismo paseo, hacen otro alto en un parque de la ciudad.

Con el fondo montañoso nevado, esta vez posan alejados del auto que llamó tanto la atención de Juan en una imagen analizada en otra carpeta de este material.

Muy orgulloso después de oficiar su primera misa, Juan posa en el centro del grupo que asistió a tan emotiva ocasión, llevando en sus manos el crucifijo ornado.

Desde su juventud Juan Ogrin se destacó por su seriedad. Tomaba con mucha responsabilidad sus quehaceres pastorales, y su concentración era absoluta en cuestiones de fe y de realización metódica de los rituales. Antes de recibir el crucifijo, escucha con unción y atención las palabras de la feligresa que le va a hacer entrega del mismo. Además, estaba la cuestión práctica: recientemente llegado al país, debía hacer un esfuerzo considerable para captar por el oído las palabras de un idioma que le era totalmente extraño: el español. Su acento eslavo, sus pintorescas expresiones, la imposibilidad de pronunciar la “r” con fuerza, se convirtieron a lo largo de medio siglo en una marca registrada para la comunidad quinense.

Sentados cara a cara, los hermanos Ogrin comparten con mucha formalidad una cena con otros sacerdotes. Esta imagen fue registrada en la ciudad de San Luis.


EL GRAN LUCHADOR


A lo largo de su vida pastoral, el presbítero Juan Ogrin mantuvo una conducta basada en el cumplimiento de sus tareas de base, una de las cuales era la periódica reunión con su Obispo en la sede episcopal de San Luis. En este caso, la fotografía se tomó luego de una reunión con el Obispo Mons. Emilio Di Pascuo (1899 – 1962), segundo Obispo de San Luis entre 1947 y 1961. Hacia la izquierda de la imagen, están los sacerdotes Luis Zupancic (párroco de San Francisco) y Antonio Ogrin. El padre Luis era muy amigo de Antonio; y en sus últimos años de vida se instaló en Quines con su amigo Juan.

En sus últimos años, seguía intacta su capacidad para generar proyectos. Aquí, hace una pausa en el transcurso de una reunión de voluntarios.

Luego del fallecimiento del padre Antonio Ogrin, en abril de 1976, la parroquia de Luján fue confiada al Pbro. Antonio Skulj, también de origen esloveno – croata. Ese mismo año, la Iglesia de San José de Quines fue elevada a la categoría de Parroquia, siendo el padre Juan Ogrin su primer párroco. Esta foto fue tomada al término de una reunión de sacerdotes convocada por Mons. Juan Rodolfo Laise, Obispo de San Luis entre 1971 y 2001.

Uno de los tantos reconocimientos y homenajes que Mons. Juan Ogrin recibió en vida. En honor a la verdad, la mayor parte de los homenajes fueron iniciativa de sus seguidores más fieles e incondicionales, personas de buena voluntad ligadas a la acción parroquial o institucional en el Colegio. Gracias a esas personas, fue posible generar conciencia de la necesidad de valorar a tan insigne benefactor.

Todos los años, Mons. Ogrin tomaba unas breves vacaciones en un lugar cercano a la localidad cordobesa de Capilla del Monte, donde podía tomar contacto con inmigrantes eslovenos. Esta fotografía fue tomada en una de esas vacaciones.

Con mucha unción y concentración, Mons. Ogrin participa de las ceremonias de inauguración de la sede de las Hermanas Mater Dei en Quines. Detrás suyo, con los atributos del mando episcopal (mitra y báculo), se encuentra Mons. Jorge Luis Lona, Obispo de San Luis desde 2001.

Una verdadera joya histórica: el padre Juan Ogrin en 1961, junto a su amiga de toda la vida y persona de confianza, Srta. Delia Vicenta García. Este primer núcleo de alumnos fue la base de lo que a partir del año siguiente sería el Instituto “San José”. Desde su llegada a Quines, Juan Ogrin tuvo firme la inquietud de crear una institución educativa de orientación católica estrechamente ligada a la parroquia.

En la década de 1980, y empleando una cámara Polaroid instantánea, se tomó esta imagen de Juan Ogrin durante una pausa en el viaje que lo llevaría a Chile. Rodeado de la majestuosidad de la Cordillera de los Andes, Juan mira hacia el cielo disfrutando del momento de descanso.

Un dato curioso: esta es la única fotografía que existe de Juan Ogrin vistiendo uniforme. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, Juan y Antonio fueron movilizados como soldados en una leva de milicianos. Concebido como una fuerza de civiles armados, eran reconocidos como “hijos de la tierra”, y eran feroces adversarios de las fuerzas comunistas de Josip Broz, conocido como Mariscal Tito. Como suele pasar en la política internacional, el primer ministro británico Winston Churchill decidió, en 1944, dar su apoyo total a Tito. Eso obligó a las fuerzas contrarias a buscar refugio en Italia, como fue el caso de Juan y Antonio. Otros soldados que prefirieron quedarse fueron capturados y ejecutados por las fuerzas comunistas. Este hecho generó un profundo dolor en Juan, quien perdió a buenos amigos de esta manera. Llama la atención que Juan solo fue soldado raso, en cambio Antonio alcanzó la condición de oficial.

Incansable y enérgico, Juan era capaz de ir hacia cualquier confín de la tierra para llevar su mensaje de fe. Esta fotografía fue tomada en Bella Vista, paraje rural del departamento Ayacucho, en 1954.

De sólida formación musical, Juan Ogrin ejecutaba varios instrumentos, siendo el acordeón uno de sus preferidos.

Un verdadero clásico quinense: la procesión en honor de San José, que se lleva a cabo cada 19 de marzo alrededor de la plaza Nueva. Para estas ocasiones, Juan Ogrin recibía puntualmente la visita y la ayuda del Pbro. José González Caro, de la ciudad de Córdoba (con sobrepelliz blanca y de anteojos). De traje claro, el Intendente de facto José Edgardo Alume y a su lado el Obispo Diocesano Mons. Juan Laise. Como esta imagen data de fines de la década de 1970, los policías que custodian al santo (se destaca el señor Orfelino Gatica) llevan aún los uniformes reglamentarios de color caqui. A mediados de 1981, la Policía de San Luis adoptó el color azul.

El joven sacerdote Juan Ogrin, recién ordenado, lleva en esta imagen el birrete que antaño solía complementar la sotana y un moño blanco en el brazo.

Otra imagen curiosa: Juan Ogrin montado a caballo, tocado con un sombrero de ala ancha. Tenía más preferencia por los autos en cuanto medio de transporte.

Juan Ogrin fue un ferviente y perseverante formador de grupos corales, tanto en la parroquia como así también en el Colegio San José. En esta imagen, un coro masculino canta en un acto de egresados del nivel secundario.

Una de las tantas ceremonias que Juan Ogrin dirigió como Cura párroco de Quines. En esta imagen, el señor Agustín “Rubio” Sosa recibe su anillo nupcial de manos de su flamante esposa.

Durante un bautismo en la Iglesia San José. Nótese que las damas aún llevan la cabeza cubierta por un tul negro, tradición que se mantuvo hasta después de 1965, año en que concluyó el Concilio Vaticano II.

En 1982 se inauguró un busto recordatorio del padre Antonio Ogrin en el muro frontal de la Iglesia Nuestra Señora de Luján. El padre Juan Ogrin dirigió la ceremonia y ofició la misa. A la derecha del padre Juan se encuentra el padre Nolo Benítez, actual párroco de San José de Quines. También es posible identificar al Prof. Hugo Benítez, al Pbro. Julio Moyano, el joven Eduardo Floriani, el señor Valdez, el señor Lucio Eman López y el entonces Intendente de Quines José Alume.

En 1987, durante su visita a Europa, Juan Ogrin estuvo presente en el Vaticano en ocasión de la audiencia general de los miércoles del Papa Juan Pablo II. El padre Juan logra estrechar la mano del Sumo Pontífice. Como era modesto y sencillo, nunca utilizó esta imagen en beneficio propio. Pocos meses antes, Juan Pablo II había visitado la Argentina.

De visita en Austria, en 1987.

En la Plaza de San Pedro, en Roma, el padre Juan se aproxima cautelosamente al guardia suizo para poder registrar esta imagen. Año 1987.

Otra imagen de los sacerdotes participantes de un retiro espiritual. El padre Juan solía usar un atuendo de color gris, largo y que se asemejaba a un guardapolvo. Le resultaba muy cómodo su uso. Año 1981.

Dirigía a conciencia su jurisdicción parroquial, y no descuidaba ninguno de sus compromisos. Aquí, como en cada 13 de junio, en la alocución posterior a la procesión en honor de San Antonio, frente a la iglesia de El Talita, Departamento Junín.

Una de sus primeras imágenes oficiales como flamante rector del Instituto San José de Quines. Esta imagen fue seleccionada para graficar la portada de esta obra, por entender que el Colegio fue la obra titánica más importante llevada a cabo por Juan Ogrin en su vida.

Juan observa, extasiado, el paisaje y el cielo azul de Austria. Año 1987.

Su Estanciera fue no sólo un medio de transporte para enfrentar los duros caminos de tierra; fuerte y resistente, este vehículo se transformó en una especie de nave insignia durante gran parte de los años 70.


EL GRAN DOCUMENTALISTA


Juan Valerio Ogrin tenía un elevado y sensible criterio estético. Cuando algo captaba su atención, tenía siempre su cámara lista para registrarlo. En este caso, su objetivo fue plasmar la floración de los árboles de la plaza Lafinur.

Esta bella imagen fue registrada por el propio Juan Ogrin. En horas de la mañana, se ubicó en la vereda delante del despacho parroquial

Muy concentrado y medidamente maravillado, Juan (sentado) observa detenidamente un piso conservado en las ruinas de Pompeya. Año 1947.

Eran los árboles en flor lo que despertaban la atención de Juan Ogrin. En este caso, un árbol frutal ubicado en la parte posterior del predio parroquial.

Apuntando su cámara en dirección oeste, esta imagen ofrece otra perspectiva de los árboles en flor de la plaza Nueva.

En la mayoría de sus imágenes, los grandes protagonistas son los árboles vistosos con sus flores coloridas. Detrás de las copas floridas, asoma la cúpula de la Iglesia San José. Una imagen similar registró en enero de 1970.

Una verdadera joya histórica: ubicado en la parte oeste del predio parroquial, Juan Ogrin registró esta imagen de la Iglesia San José. Aproximadamente fue datada en la década de 1960.


SEGÚN PASAN LOS AÑOS


Las fotografías presentes en esta carpeta, deliberadamente, no fueron colocadas en orden cronológico estricto.

Ya sea en la juventud como en la edad adulta, Juan Valerio Ogrin tenía siempre un objetivo que cumplir o un sueño que alcanzar; y ello se reflejaba en la expresión de su rostro. Nunca rió frente a una cámara, y en la imagen 114 puede verse que, aún en la temprana juventud, toda expresión alegre era medida y cautelosa.

Creció sin padre, y ello lo marcó muy profundamente. Se tomó muy en serio la gran responsabilidad de ayudar a su madre y proteger a su hermano. Como yo mismo le señalé tentativamente en una de nuestras últimas conversaciones, la aparición de sus anteojos en las fotos significaba el fin de la infancia y el comienzo de la lucha. Juan Ogrin estuvo de acuerdo con esta impresión.

La imagen 109, tomada en un estudio fotográfico de Ljubljana, es el punto de partida de un recorrido azaroso que lo llevaría de su Eslovenia natal a los bosques donde debía batallar contra los partisanos de Tito; de allí a la vecina Italia, donde antes de seguir sus estudios debió soportar un confinamiento en un campo de prisioneros; y desde este suelo itálico a la Argentina de la posguerra que estaba viviendo su primera experiencia de democracia masiva desde 1946.

Las siguientes imágenes de un Juan Ogrin joven muestran a un hombre concentrado, que parece estar cumpliendo con una formalidad para el registro, pero con la posibilidad de participar en la gesta única de salvar almas; su máxima aspiración, el objetivo supremo de su vida.

En la edad adulta (imagen 136) Juan tiene la expresión propia de quien esta atareado con un montón de actividades, siendo la fotografía una de ellas. Dueño de un estilo sobrio, siempre mantenía su cabello muy corto, y hacía un cierto apostolado lateral en contra de las “melenas” que en su opinión quitaban personalidad a los varones.

Hacia el final de su vida, Juan Valerio Ogrin parecía dispuesto a dejar para siempre sus clásicos anteojos, toda una marca registrada. Insistía en fotografiarse sin lentes, como en la imagen 125, para cambiar toda una vida vista a través de esos cristales que agudizaron su capacidad táctica pero deterioraron su visión estratégica.







Pero, en cualquier etapa de su vida pública, Juan Ogrin fue el hombre siempre dispuesto a dar testimonio de su fe, que no vivía su propia vida para que otras vidas tuvieran la jerarquía humana que todos merecen. El estaba convencido que el hecho de haber sobrevivido a tantas experiencias límite tenía un significado moral que no podía ignorar: Dios le había asignado una misión, y debía cumplirla. Su convicción estaba en las palabras finales que escribió para la tarjeta recordatoria de su hermano: “Cuando el Señor consideró cumplida su misión”.

Ese es su mayor legado.


EPILOGO


Su presencia era imponente, no obstante su escasa estatura. Imponía respeto, pero también resultaba intimidante su expresión neutra y esos pequeños ojos inescrutables que horadaban desde detrás de sus anteojos de gruesa estructura. Con ese sencillo recurso, su presencia, marcó a fuego toda una era en la historia de Quines. Todo lo dirigió con mano de hierro, y esa actitud básica garantizó la buena marcha de una obra benefactora impresionante, pero también desgastó su figura histórica y estableció una lejanía a veces insalvable.

Con toda justicia, Juan Valerio Ogrin merece ser considerado como la primera gran figura histórica del siglo XXI, que ya en vida había adquirido jerarquía de mito. Es nuestra primera gran figura historiográfica, porque tanto sus más fervientes partidarios como sus más enconados detractores podrían generar documentos escritos de gran valor para las futuras generaciones de quinenses. Superando las clásicas divisiones marcadas por el aprecio o el desprecio, aún queda por ver si la perspectiva que sólo da el tiempo puede originar un documento histórico equilibrado que contenga las impresiones de todos los que lo conocieron y trataron, tanto en forma personal como profesional.

Parecía que una biografía ecuánime de Juan Domingo Perón era algo imposible de lograr, hasta que el estadounidense Joseph Page la logró y publicó en 1984. Guardo la esperanza que algún día algún integrante de la comunidad quinense sea capaz de llevar a cabo una hazaña semejante con la figura de Juan Valerio Ogrin. Para que eso sea humanamente posible, será necesario examinar con detenimiento toda la documentación obrante en todos los archivos disponibles, aplicando el método científico con precisión. Será imprescindible, para entonces, determinar con certeza dónde empieza el hombre y dónde empieza el personaje histórico. Con maestría suprema, con esos vacíos casi insalvables de información, con esas confesiones de última época a una diversidad de testigos, con esos enigmas sin responder, Juan Ogrin dejó este desafío intelectual para la posteridad de Quines.

A su manera, hizo gala de una capacidad asombrosa para controlar la información. En el imaginario popular quinense, era de dominio general el dato que su padre había sido veterano de la Segunda Guerra Mundial, donde había luchado para los Estados Unidos. Eso quedaba corroborado por aquella pensión que la Administración de Veteranos americana pagaba puntualmente a María Ogrin y cuyo monto iba íntegramente destinado para las obras de la parroquia y del Colegio. Pero fue recién en el año 2008 cuando supe que en verdad se trataba de un veterano por partida doble. Había estado en las dos guerras mundiales, pero sólo existía una importante documentación fotográfica de la primera, siendo un total misterio la suerte corrida por Ottmar en su exilio americano de treinta y dos años. Los emigrados eslovenos que iban y venían fueron los que trajeron información acerca de su padre, y quizá nunca se sepa cuánto de ello comentaron los hermanos entre sí.
En la investigación histórica descubrí que el obispo esloveno, que estuvo de visita en San Luis cuando Juan y Antonio se ordenaron, falleció unos años después en Cleveland, en el estado norteamericano de Ohio, ¿supo él que el padre de los hermanos Ogrin vivía en esa ciudad desde hacía mucho tiempo? ¿Intentó arreglar algún tipo de acercamiento? Las preguntas se multiplican, y quizá nunca tengan una respuesta definitiva. Ese quizá fue el mayor deseo de Juan Ogrin y, en vista de los innumerables inconvenientes para hacer una sólida pesquisa, quizá sea su mayor triunfo haber logrado que el misterio prevalezca sobre la certeza histórica. Su dolor nunca tuvo una catarsis, esta fue tal vez una forma de conseguirla.
Juan Valerio Ogrin llevaba sobre sus hombros la más pesada de las cargas: el de ser un sobreviviente. Era el último de toda una generación de sacerdotes europeos que huyeron de la guerra y recalaron en San Luis. Desde la muerte de Luis Zupancic en 1993, carecía de paisanos de su generación que lo visitaran y frecuentaran. Pero también era un sobreviviente del grupo de pioneros que lo acompañó en sus primeros años en Quines y de aquel grupo de visionarios que le puso el hombro al Colegio San José desde sus inicios.
No era un superhéroe sobrenatural, fue un héroe de verdad.
Sobrellevó en su corazón un dolor inconmensurable, pero cumplió a conciencia con su misión pastoral y educativa. Dio con su vida un maravilloso ejemplo de heroísmo, de extraordinario patriotismo; porque para él el patriotismo era precisamente eso: ser capaz de cumplir con el deber, aunque el corazón se desangre. Como si fuera poco haber escapado de una muerte segura a manos de sus enemigos, durante su exilio italiano Antonio recibió la última carta escrita por su padre Ottmar. Con estupor y pasmo, ambos hermanos leyeron que su padre “lamentaba no poder enviar en el sobre una cuerda para que se ahorquen los dos”, decepcionado al haberse enterado que sus dos hijos varones estaban estudiando en la ciudad de Padua para ordenarse como sacerdotes; algo inaudito e imperdonable para un hombre hosco, iconoclasta y que detestaba toda idea religiosa o trascendente.
Durante la primera entrevista que me concedió en 1996, Juan Ogrin relató este suceso con un tono neutro, restándole importancia; ya que siempre sostuvo que su vocación de sacerdote fue apoyada por su madre y la familia Rus, profundamente católica. Lo mismo sucedió el 12 de abril de 2007, durante otra larga entrevista accesoria. Sin embargo, a mediados de ese mismo año (luego de un lamentable accidente que lo llevó a una cirugía en su cabeza) estuvo gravemente enfermo, con un cuadro infeccioso importante que no cedía a la medicación administrada. Lúcido y firme como siempre, miraba con fijeza hacia la ventana de su cuarto de internación en un sanatorio de la ciudad de San Luis. Un sábado a la mañana, tuvo la necesidad de relatar este hecho a las dos personas que circunstancialmente estábamos acompañándolo; y grande fue la sorpresa cuando lo vimos quebrarse y sollozar con mucha amargura. Fue un llanto digno, sincero, propio de un hombre que sufre el dolor de haber sido ofendido por su padre. Tanto me impresionó este suceso, que cuando finalmente tuve la oportunidad de pronunciar un panegírico en su sepelio, mencioné este hecho como una prueba cabal de la enorme angustia que laceraba su corazón desde siempre.
Era un gran hombre, un buen hombre, un gran amigo, un corazón generoso, un alma bondadosa, aunque muchas veces se sintiera más cómodo en su coraza de hombre polémico y quejumbroso que nunca parecía estar conforme. Era muy exigente, pero mucho más lo era consigo mismo. No era un hombre blando, pero sí trataba de ser justo; y siempre daba la cara asumiendo la responsabilidad de sus propios actos. Yo estuve a su lado en momentos en que un grave problema lo aquejaba y debía tomar una decisión, y fue entonces cuando recibí la gran lección de mi vida: se debe hacer lo correcto, aunque no sea lo que nos conviene. Su integridad era incuestionable, y al servicio de una idea que considerara justa actuaba con total convicción, no encontrando rivales con un peso equivalente capaces de actuar de frente.
Esta selección de imágenes, que constituye la primera biografía fotográfica de Juan Valerio Ogrin, tuvo la modesta pretensión de acercar al Pueblo de Quines un primigenio panorama de un legado fotográfico único, que durante más de medio siglo estuvo vedado al conocimiento del pueblo. Esta publicación trata de generar inquietudes de lectura, análisis e investigación del genio y figura de este hombre extraordinario. Un gran hombre público, pero hombre al fin; y, por ende, falible e imperfecto. Estructurado o innovador, revisionista o conservador, pragmático o soñador, Juan Ogrin se erige como una gran figura capaz de poner a prueba la mesura de las interpretaciones más equilibradas.
El fue el último de los caballeros andantes, un personaje quijotesco capaz de vencer los obstáculos con una formidable determinación. Sin embargo, la Historia también lo registrará algún día como un estadista en ciernes, con una clara y aguda percepción de los problemas estratégicos de Quines, ligados a su economía expoliativa; y que transformó a las Instituciones que dirigió en una suerte de Estado semiautónomo capaz de tener su propia política educativa cultural en un pueblo que siempre se caracterizó por poseer un sutil sistema de frenos y contrapesos. Juan Ogrin, con su talento, fue uno de los baluartes de ese sistema.
Un baluarte del desarrollo cualitativo de Quines como realidad histórica.

Prof. Manuel Ybañez



Estas y otras fotos fueron editadas por Pablo Gutvay y bajadas a You Tube.
¡Muy lindo video!!
El blog no permite ampliar a pantalla completa. Para verlo así deben ingresar a You Tube y colocar Homenaje al Padre Juan Ogrín.

2 comentarios:

  1. Que orgullo siento al ver y leer esto ... mis mejores años vuelven a mi mente y recuerdo esos dias en el colegio, en la Iglesia, en alguna que otra prosecion o en esas misas en las que lo sabia acompañar al Retamo, a Lujan, a Candelaria , a La Reina y tantos otros lugares en los que pude ayudarlo en las ceremonias.... hombre tranquilo y desbordante de conocimiento... con los años fui conociendo su caracter de una manera particular, y tan solo con una seña, yo ya sabia que me iba a decir.... lamento no haber podido estar hasta su ultimo tiempo o para despedir sus restos... sinceramente llegue a considerarlo un amigo, que me aconsejo y una luz de certeza en mi mente hizo brillar.... hoy despues de estos años no pasa momento en que no vuelva a mi Quines que me vio crecer y de una paso por el Cementerio y deje una oracion en su tumba.... Amigo, Padre Juan.... Gracias por todas tus palabras, chistes, consejos... y solo te digo hasta pronto.....

    ResponderEliminar
  2. La leyenda personal de un héroe de la vida,un Padre Sacerdote por excelencia que marco el paso de muchos jóvenes que crecimos cerca de sus alas de ángel de Dios.

    ResponderEliminar